AFINANDO EL CORAZÓN. Diario de un musicoterapeuta

Antes de comenzar cada sesión afino mi guitalele o mi guitarra, repaso los instrumentos que voy a utilizar en esa sesión, la música grabada a emplear, el altavoz que la amplifica y los distintos materiales complementarios que voy a utilizar con el grupo donde intervengo inmediatamente.

Pongo a punto todos estos objetos intermediarios, pero sobre todo pongo a punto el instrumento principal: mi cuerpo, mi corazón. Es un momento importante para ser consciente de lo que voy a realizar. Cuando noto que fluyo, estoy preparado.

En el comienzo de la actividad del nuevo curso es muy importante dedicar algo más de tiempo a afinar el corazón, después del parón gozoso que han supuesto unos días de vacaciones y de cambio profundo de actividad.

Cuando comienzo la actividad profesional, me recuerdo a mí mismo quién soy y qué hago:

Como musicoterapeuta soy un corazón afinado (y afinándose continuamente) para escuchar, contemplar, sentir, acompañar, amplificar, facilitar, celebrar la expresión de los armónicos del corazón de cada uno de los usuarios que forman parte del grupo en los procesos sonoros y musicales que se propician en nuestras sesiones comunitarias.

Y es que mi experiencia me ha enseñado que conforme la intervención musicoterapéutica va siendo más constante y sostenida, el musicoterapeuta es capaz de “oír cada vez mejor”, de distinguir muchos más matices en la comunicación sonora que mantiene con los usuarios. Es lo que llamo analógicamente: la escucha de “los armónicos del corazón”.

Técnicamente el armónico es la onda que emite una fuente sonora (voz, instrumento, objeto…) y que por su altura, su amplitud y su timbre somos capaces de identificarla, diferenciándola de otras. La misma nota emitida por un piano, un clarinete, una guitarra o una voz tienen una onda común igual, su frecuencia, pero los otros armónicos que la acompañan (volumen, amplitud, altura…) le dan un timbre diferente que hace a cada fuente sonora peculiar. Ni siquiera dos instrumentos iguales tienen los mismos armónicos, aunque los haya construido el mismo artesano.

Con esta analogía acústica y musical intento explicar el trabajo que realizo cuando intervengo musicoterapéuticamente en los diferentes ambientes, ya sea con niños de 6 a 36 meses, con personas con enfermedad mental grave, en gerontología, con enfermos de Alzheimer, con embarazadas y sus familias, en el barrio o en el centro de mayores…

Evidentemente, a más entrenamiento, mayor capacidad para descubrir una gama más amplia de “armónicos” en cada usuario y en cada grupo. Este entrenamiento conlleva el trabajar concienzudamente para distinguir la multitud de armónicos que resuenan, identificándolos con cada persona usuaria que participa en el proceso musicoterapéutico y tener la capacidad de resonar con ella en un acto de pura empatía.

¿Que más necesitamos para afinar nuestro corazón de musicoterapeuta?

Pues, como la parte técnica de todo instrumento tenemos una formación específica: el   master postgrado en musicoterapia, como forma habitual en toda Europa para acceder a esta disciplina. Y, por supuesto, la formación continua y el código ético consensuado por la Confederación Europea de Musicoterapia (EMTC). Es una formación interdisciplinar formada por contenidos musicales, médicos, psicológicos, pedagógicos, históricos, neurobiológicos, terapéuticos… 

Es muy importante la “afinación” que se produce realizando procesos terapéuticos personales y de supervisión de nuestro trabajo, capaces de provocar un conocimiento lo más profundo de nosotros mismos y que nos da claridad y conciencia de ser “sanadores heridos”, para que nuestras heridas no interfieran en la intervención que realizamos y que nos acerca tanto a las heridas de nuestros usuarios. 

Es importante la “afinación” inmediatamente anterior a la intervención concreta, tomando conciencia de lo que vamos a realizar, de con quién nos vamos a reunir tal como hemos descrito más arriba,… 

Y, a pesar de ello, hemos de tener la suficiente destreza para “afinarnos” en el transcurso de la misma intervención, en la que desarrollamos un diálogo sonoro. Un diálogo y resonar constante con los usuarios que nos permiten sintonizar y acompañarlos armónicamente y que, más allá de los protocolos de intervención que implementamos, nos provocan (a mí me provocan) un sentimiento de asombro increíble cuando la sintonía se siente fuertemente.

Un asombro que se contagia al grupo y provoca sentimientos de alegría, de esperanza, de bienestar y nos hace sentirnos afinados, sonando armónicamente con la amplia comunidad de vida a la que pertenecemos.

Proyectos musicales, proyectos con sentido, proyectos agradecidos, proyectos creativos.

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